jueves, 2 de septiembre de 2010

Las cosas que otros escriben de esta ciudad...



El hombre del Hula Hula
Quise compartir con ustedes este texto de mi amiga Valentina Ruiz, porque me parece fascinante que conozcamos la historia de los personajes de la ciudad. Esos que están allí siempre y que a veces ni vemos. Me encanta saber del hombre del Hula Hula, porque por más de cuatro años lo vi y nunca supe por qué se dedicaba a jugar con ese aro. Lo hace con tanto esmero y dedicación que es digno de admirar. Aquellos que no lo han visto, los invito a pasar una tarde por la Plaza La Candelaria. Allí estará para ustedes José Bestilleiro.
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De La Coruña se vino hace 50 años y su acento se mantiene intacto. Aquí conoció a su paisana, Rosa Araujo, de quien le quedó el placer por la ropa bien planchada. Hace siete años, ella se despidió y, “para olvidar”, él arrancó a “brincar la cuerda y el hula” en la plaza La Candelaria, también porque en esa época y por motivos de salud debió abandonar la bomba donde era surtidor de gasolina.
Desde entonces baja cada tarde de su apartamento, ubicado a un par de cuadras de su centro de operaciones, y desde las 4:00 p.m. hasta las 7:00 p.m. se dedica a divertir a los demás. Sus primeros pasos los dio saltando la soga de arriba para abajo en las escaleras de la glorieta, sin embargo, las travesuras de algunos niños lo hicieron cambiar de lugar: “Me quitaban mis cosas, por eso me mudé para este murito en la isla, diagonal a la esquina de Canalito”, especifica, haciendo énfasis en el hecho de que está sobre un redondel de concreto.
“Me ven más y los muchachos no me molestan, es muy bonito porque a la gente le agrada observar, en la mitad de la avenida, a un anciano de 76 años que juega chévere. Últimamente me quedé sólo con el aro y le doy con el pie, con el brazo, con la rodilla, con el cuello”, apunta.
Y no miente. Apenas el semáforo se fija en verde, el señor se encarama su circunferencia, abre las piernas y los brazos para apoyar con fuerza y le da vueltas, por ejemplo, con el codo. Antes de que llegue la luz roja, deja que la rueda siga girando por sí sola y cuando los peatones se acercan, se la saca, la aguanta a un ladito del cuerpo y, después de un minuto, vuelve a empezar.
Su función es, según sus propias palabras, hacer la cola más ligera y amena, a la par que contribuye con el pesado tráfico de la urbe. “Yo he evitado bastantes accidentes, porque a lo mejor viene una moto entre los autobuses y las personas están cruzando y yo les aviso para que no las vayan a atropellar”.
Texto: Valentina Ruiz (Revista Dominical)

3 comentarios:

  1. He visto este señor en su labor cotidiana y de verdad es admirable.

    Aristides
    www.123yweb.com

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  2. Excelente, llegue a este blog por medio de gocaracas y me gusto mucho!! Este señor lo veo a diario, o cuando paso y esta siempre mostrando sus destrezas con un afan de ser el mejor, y mas divertido!! Una vez me detuve a verlo porque nunca lo habia hecho y tuve un mix de emociones bien variadas.

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  3. Que Dios bendiga a este viejito precioso, caramba! Esto sí que es voluntad :)

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