jueves, 10 de noviembre de 2011

Las cosas que descubro en esta ciudad...


Un paseo a Hoyo de la Puerta ¿Por qué no?
Muchas veces pase por allí. Pero confieso que nunca me detuve a verlo de cerca. Me refiero al Parque Vinicio Adames. Ese espacio verde que está en Hoyo de la Puerta, justo antes de tomar rumbo hacia la Autopista Regional del Centro. Sí, ese mismo que está pensando, el parque que tiene el molino en la entrada. Bueno... si a esas aspas desgastadas se le puede llamar así.
Lo cierto es que el fin de semana pasado quería hacer algo diferente y se me ocurrió ir a conocerlo. Total, qué podía perder. Por lo menos, no iría sola, pues mi esposo siempre se suma. La verdad, no le queda otra. La cuestión es que unos amigos se animaron y allí sí me angustie: ¿Y si el parque está hecho un desastre? ¿Si está desolado y lo que produce es miedo? Ay, Cristo, qué pena con esa gente. Bueno, nada, yo les advertí.
Pero cuál sería mi sorpresa que el Parque Vinicio Adames resultó ser un espacio verde de lo más acogedor. Está bien mantenido. Tiene su público. Sobre todo, muchas familias árabes (no sé por qué). Y, bueno, la gente hace sus parrillitas, su picnic, reposa en la grama. De lo más chévere, la verdad. 




Lo recorrimos. Conocimos el campo de béisbol, que estaba repleto de jugadores de softball. Y llegamos hasta un área de acampar, que estaba totalmente desolada. Tanto así que un vigilante subió a sugerirnos que no estuviéramos por esos lados, porque habían tenido problemas con los habitantes de un barrio cercano. ¡Gracias, a bajar se ha dicho! Justo en ese momento, nuestro amigo recordó que hace unos meses había ocurrido un atraco masivo en ese parque. ¡Caramba, a buena hora me entero! :S
¿Qué se hace en ese caso? ¿Irnos o quedarnos? Ya estábamos allí, qué más. Tampoco se puede satanizar a un espacio público por la actuación puntual de unos delincuentes. Si lo abandonamos, entonces le estaríamos dando carta blanca para seguir haciendo lo que se les dé la gana. Así que extendimos el mantel en la zona de picnic y nos quedamos disfrutando de ese especio verde, que abrió sus puertas en 1973 y que en 1976 se bautizó con el nombre del director del orfeón universitario que murió en el accidente aéreo.
Al salir, fuimos directo a comer la especialidad gastronómica de la zona: conejo. Y dónde más que en el restaurante Aurelia. Un lugar de lo más pintoresco, con mesones de madera donde los mesoneros le colocarán tres bandejas metálicas con papas, ensaladas y en conejo. Simple, pero demasiado sabroso. Así que lo que comenzó siendo un invento con aires un poco pesimistas, terminó siendo un gran paseo. 
Creo que a veces hay que darle chance a esta ciudad, aunque muchos nos digan lo contrario.

Mirelis Morales Tovar
@mi_mo_to 
Fotos: Adrián Torres Colombo

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